Comentario
La amarga experiencia de la crisis obligó al mundo rural a adecuarse a las nuevas exigencias de la época. Por de pronto fue preciso adaptarse mejor a las demandas de los núcleos urbanos. Las ciudades eran grandes consumidoras de carne y de productos lácteos, todos ellos de origen animal (no olvidemos el progreso del "companaticum" en la alimentación de los europeos en el transcurso de la Edad Media). Pero también se requerían desde los núcleos urbanos cueros y lana, asimismo productos pecuarios. De ahí que uno de los rasgos más sobresalientes de la reconstrucción agraria europea del siglo XV fuera la expansión experimentada por la ganadería. Fue precisamente en este contexto como surgió la práctica de reunir al ganado, tradicionalmente dejado a su aire en el campo, en establos y pocilgas.
El desarrollo pecuario tuvo sus puntos de apoyo en dos tipos de animales, la vaca y, sobre todo, la oveja. Las comarcas próximas a las grandes ciudades experimentaron, por lo general, un notable impulso ganadero. Ello obedecía a las demandas crecientes de carne y de leche, lo que explica que, con mucha frecuencia, los principales ganaderos de esas zonas fueran los propios carniceros de las ciudades. Pero la gran protagonista de la expansión ganadera de fines de la Edad Media fue, sin la menor discusión, la oveja. El señorío de la comunidad canonical de San Justo, en Lyon, orientado preferentemente hacia el cultivo de la vid, intensificó en la segunda mitad del siglo XV la dedicación ganadera, de forma que los prados ocupaban hacia el año 1500 el 50 por 100 del suelo, en tanto que las viñas sólo ascendían al 30 por 100. No obstante fue en Inglaterra y en Castilla en donde el progreso del ganado ovino resultó más espectacular. Inglaterra, que había sido exportadora de lanas hasta finales del siglo XIII, se convirtió a partir de esas fechas en un país productor de tejidos. El progreso del ganado ovino, impulsado por la demanda creciente de los telares ingleses, pero también favorecido por las mortandades, exigió la búsqueda, casi obsesiva, de terrenos de pastos, fenómeno que se tradujo a su vez en la aparición de los campos cercados o "enclosures". De esa forma comenzó la transformación del viejo paisaje rural de campos abiertos, el "openfield", sustituido paulatinamente por otro de cercados y de economía predominantemente pastoril. Pero el avance de las "enclosures" suponía sin duda cambios más profundos que los meramente paisajísticos, pues daba testimonio de la descomposición de numerosas comunidades aldeanas, así como de la deserción de amplias zonas rurales por parte de sus antiguos habitantes, que emigraban en masa a las ciudades. El proceso, por lo demás, se vio favorecido debido al interés mostrado por muchos grandes propietarios, convencidos de que podían obtener importantes beneficios si se dedicaban preferentemente a la ganadería ovina. Así las cosas, Inglaterra, y en particular algunas de sus regiones, como Yorkshire y Lincolnshire, fue testigo de la paulatina "sustitución del grano por la lana", como ha puesto de relieve H. A. Miskimin. "Al fin y al cabo -según decía un refrán de la época- la pata de cordero convierte la arena en oro".
En Castilla, la ganadería lanar trashumante experimentó asimismo un crecimiento espectacular en los últimos siglos del Medievo. Ciertamente, la trashumancia se practicaba con éxito desde siglos atrás. En 1273, siendo rey Alfonso X el Sabio, había surgido la Mesta, institución creada para proteger los intereses de los propietarios de rebaños. Desde esas fechas los vientos soplaron a favor de la ganadería lanar trashumante. Los azotes del siglo XIV la beneficiaron, pero también actuó en sentido favorable el interés manifestado por los grandes propietarios y, en particular, la coyuntura internacional, que convirtió a Castilla, desde los inicios de la decimocuarta centuria, en la principal abastecedora de lana a los telares de Flandes. Posteriormente, los monarcas de la dinastía Trastámara prestaron un apoyo decidido a la Mesta y a la ganadería lanar trashumante. Así las cosas, se explica que la cabaña ovina, calculada en 1.500.000 ovejas a comienzos del siglo XIV, alcanzara los 3.000.000 en los albores del XV y casi los 5.000.000 al finalizar esta última centuria.